Hace algunos años, escribir me causaba cierto vértigo, cierto temor. De alguna manera pensaba que las cosas dichas terminarían estando selladas con fuego y serian sus propias profecías autorrealizadoras. Escribir algo que me produjera sobresalto, era por supuesto peor, era una manera de afirmar una verdad de la vida que no era del todo comprendida y a la que le faltaba la última pieza, me dejaba un amargo en la boca. También ha estado por supuesto el asunto de definirme por lo escrito y crear, sin una clara conciencia de ello, una especie de modelo a seguir en mi manera de sentir, de pensar, de ver el mundo, del cual nunca más escaparía… como alguien que palabra a palabra pone los ladrillos de su propia cárcel. Cuando pintaba de alguna manera el lenguaje plástico escapaba de estas imposiciones del lenguaje escrito, pero también tenía grandes carencias que me impedían expresar o experimentar a través de la palabra la delicadeza de muchas cosas de la vida, cosas que solo son de las formas de las palabras.
Todo esto cambió a la luz de ciertas comprensiones que no solo me dieron una infinitamente más grande libertad expresiva, sino levedad de pensamiento, porque dejé de identificarme de alguna manera con lo que hacía. También a través de estos descubrimientos me fue dada salud emocional, porque supe cual es el camino de las palabras, desde ellas hasta el corazón y desde allí hasta hacer realidad el mundo, la vida.
La primera comprensión fundamental, ha sido que no soy eso que creo y fabrico, ni que ello me puede definir y, sin embargo, es tan mío como lo es mi vida. Esta paradoja se resuelve en la convicción ‘intima de que crear algo es permitir a mi vida, mi propia realidad, visitar un lugar que es universal y me antojo decir que absolutamente hermoso. El hecho de que yo haya visitado ese lugar sin embargo, no dice de mí, pero dice del mundo; puedo ver lo grande de la vida y ello es simplemente que tengo una suerte endiablada y mucho amor me ha sido entregado.
Otra comprensión que revolucionó mi vida, es la de que escribir o crear, cualquier cosa que esto sea o produzca, como un acto que nace del cuerpo y no de la mente. Como un todo donde manos, pies, brazos, cabeza, corazón, hígado, viseras, etc., cuentan su propia historia, con el fin de que Yo, el centro, logre un entendimiento mayor y fundamental, una entendimiento que es expresado o definido como la palabra integración. Este fenómeno, como sea que se nomine, lo percibo susceptible de ser arreglado en una metodología de trabajo, en una manera de hacer y de recorrer un camino. Lo prescibo susceptible de ser enseñado a otros.
Y entre otros, no lo última y definitivo, sino lo que me viene ahora mismo a la memoria, es la aceptación fundamental de que lo que hice ya está hecho y que a partir de ese momento, cualquier cosa que sea dicha de nuevo así contradiga lo dicho antes es tan verdad como lo enunciado primero. La comprensión es que yo elijo momento a momento de mi vida el mundo en un proceso reciproco. Parafraseando el famoso experimento de Schrödinger* en el cual se enuncia y explica la naturaleza de lo cuántico, elijo ver el gato muerto y es verdad, elijo ver el gato vivo y también es cierto… pero también lo es que está vivo y muerto al mismo tiempo, y finalmente la verdad más absoluta de todas, que el gato, la vida, la muerte, yo y tú que me lees, somos lo mismo.
Claudia Botero
Detalle de Obra Grafica: Salto Cuantico.
Luna Verde
-Destellos de realidad cuantica-
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ISBN: 978-958-46-2223-5
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*si quieres saber mas del experimento de Schrödinger, visita
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=JC9A_E5kg7Y
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