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"Toda la creación existe en ti y todo lo que hay en ti existe también en la creación. No hay divisoria entre un objeto que esté muy cerca de ti, como tampoco hay distancia entre tu y los objetos lejanos. Todas las cosas, las mas pequeñas y las mas grandes, las mas bajas y las mas altas, están en ti y son tu misma condición. Un solo átomo contienen todos los elementos de la tierra. Un solo movimiento del espíritu contienen todas las leyes de la vida. En una sola gota de agua se encuentra el secreto del inmenso océano. Una sola manifestación de ti contienen todas las manifestaciones de la vida"

KAHIL GIBRÁN

11/20/2008









Otro mundo florecido, de Claudia Botero
By: Crónica (milla) 2007.01.06
Otro mundo florecido, es una propuesta donde se utilizan distintos recursos de la forma artística... “Se juntan..., la percepción intelectiva, la imaginación, el ensueño figurativo y el recuerdo onírico para, en el marco de una exquisita sensibilidad, crear un mundo y producir una muy posmoderna obra de arte, que la autora estructura primero como ejercicio de imagen y, en seguida, como prosa poética...”, aseguran los editores.Claudia Botero se inició en el mundo del arte en 1966. Se había graduado en psicología con honores y había proyectado estudiar ciencias básicas. Su primera experiencia literaria en 2001, la constituye su libro de relatos Díptico de buena mesa y brujería.Como artista plástica, se ha dedicado a las artes plásticas y al dibujo, áreas en las que obtuvo reconocimientos tanto en Cuba como en Italia.Como escritora, en su último libro —Otro Mundo florecido— recrea una visión optimista y mágica de la realidad, pero a la vez ensoñadora y profunda. A lo largo del texto y de sus imágenes pictóricas interroga al lector sobre la verdadera importancia de cada cosa en el mundo, o sobre ¿qué es aquello que de verdad es esencial? Fantasía y realidad tienen unos límites confusos, establecidos por la sensación y la emoción de lo que el mundo tiene para cada uno.La obra de Claudia Botero es una invitación a soñar, imaginar y a experimentar la fantasía y las posiblidades de interpretación del mundo, en forma libre, desenfadada y feliz, pero no por ello menos seria o carente de importancia.Medio para crear mundosLa facultad de crear mundos constituye por excelencia, dicen los editores, el don de la potencia divina que se prolonga en los creadores del arte y se manifiesta como producto estético. Entre los artistas —escritores, poetas, músicos, escultores— se renueva el sentido originario de este lazo divino como una emanación milagrosa que configura a la obra de arte a través del ejercicio intelectual, aunado a la sensibilidad del creador. Se trata del éxtasis en medio del cual se realiza la plasmación estética. Por estas razones en muchas culturas el hacedor de la obra de arte se estima como un ser revestido de un aura sagrada con el impulso de la cual el hombre-dios da vida a otros mundos. Haciendo eco de estas reflexiones, aunque con un poco de ironía, J. Joyce sentencia que, después de Dios, Shakespeare es quien más ha creado. Se refiere el novelista irlandés, o por lo menos así lo interpretamos nosotros, a la gran capacidad de penetración sicológica y a la variedad caracterológica de los personajes de las obras del gran dramaturgo inglés. Es precisamente en esta capacidad de recrear mundos a partir de la forma artística en donde se reconoce el talento como don creativo. Por ello mismo se habla de la gran galería humana desplegada por Balzac en su monumental trabajo novelístico, que refunda en moldes literarios a la sociedad francesa de la primera mitad del siglo XIX. Pero con las anteriores afirmaciones no estamos agregando nada nuevo a una teoría del arte. Para avanzar más allá de los lugares comunes de la estética, digamos que una novedosa teoría de la génesis del arte debe necesariamente ocuparse de formas, medios, instrumentos y sentidos de la creación —mundo-objeto—, así como de la interacción de estos elementos con la personalidad del artista. Es por esta razón que Franςois Mauriac en su ya muy clásico libro El novelista y sus personajes nos enseña que las criaturas del arte nacen de las nupcias que el escritor contrae con su realidad. Para recavar en el ejercicio de facultades que aparecen incorporadas como elementos de la creación estética, es de suma importancia aludir al predominio de ellas, o de una de ellas en la sensibilidad del artista. Marcel Proust, por ejemplo, recurrió a su enfermiza hipersensorialidad para recuperar el mundo del pasado en su monumental obra En busca del tiempo perdido. En un ensayo que figura ya como un clásico de la estética del siglo XX, André Maurois explica todo este proceso de la obra prustiana a través de la interacción del binomio sensación presente-recuerdo ausente, en su texto que él titula En busca de Marcel Proust. Parte de las atormentadas figuras de Edgar Allan Poe nace de sus accesos de delirium tremens, dentro de una sensibilidad extrema que el mismo escritor acentúa hasta la exacerbación dolorosa, producto del consumo de drogas. Se trata de la misma experiencia de William Burroughs en la producción de su obra capital El almuerzo desnudo. Dentro del texto mismo de la narración, Burroughs relata sus experiencias con el consumo del yagué. Desde un ángulo más prosaico del camino hacia la creación estética, Truman Capote recurre a la revisión objetiva de archivos y expedientes judiciales para la reconstrucción de su novela A sangre fría. El mismo Joyce en su magna obra, Ulises, lo que hace no es sino desplegar su conciencia para el impacto sobre su sensibilidad que los lugares, caminos y gentes de su amada Dublín le posibilitarán convertir en imágenes literarias, retrato de la jornada de un día y que el autor irlandés tamizará a través de su consciente-inconsciente, en decenas de páginas para las cuales adopta la forma del monólogo interior. Así nos podríamos extender en casos particulares. Pero nos interesa en estas notas aclarar, a fin de propiciar una correcta lectura del texto presente, algunas implicaciones en la creación de Otro mundo florecido de Claudia Botero. Indudablemente se trata de la utilización de distintos recursos de la forma artística, cuya simbiosis aparece como inusual en nuestro medio colombiano. El ente creado aparece como producto de dejar fluir libremente las energías que la prolongación de la potencia divina insufla en su condición de artista. El ejercicio pictórico y la reflexión literaria se plasman en colores armoniosos y rutilantes y en la emoción lírica de la poesía, a través de un acto que hipostasía imaginación, sueños y ensueños, para generar una descripción-narración estetizada de olores, colores, sabores e imágenes intelectuales y configurarse como un nuevo mundo de situaciones y seres fantásticos. Tres grandes maestros ya han elaborado sus teorías acerca del origen de las potencias creativas: Freud nos explica la vía del sueño y del recuerdo onírico en su Interpretación de los sueños; G. Durand aprisiona a la imaginación dentro de un discurso expositivo de rigurosa estructura orgánica en su libro Las estructuras antropológicas de lo imaginario; Gaston Bachelard recorre los meandros intrincados del ensueño como elemento fundamental de la creatividad en su obra La poética de la ensoñación. De la mano de la arquitectura de la imaginación, de la potencia onírica y de las imágenes creativas del ensueño, la autora se permite un ejercicio de discurso poético-fantástico, fuera de toda lógica implicativa, que da origen a este mundo florecido de recuerdos, afectos, percepciones intelectuales y experiencias oníricas. Por esta vía que podemos llamar ontogenealógica se recupera un universo de criaturas atemporales e inespaciales, una suma de sensaciones e intelecciones, una floración artística como la que nos lega Claudia Botero con su Otro mundo florecido.

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