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"Toda la creación existe en ti y todo lo que hay en ti existe también en la creación. No hay divisoria entre un objeto que esté muy cerca de ti, como tampoco hay distancia entre tu y los objetos lejanos. Todas las cosas, las mas pequeñas y las mas grandes, las mas bajas y las mas altas, están en ti y son tu misma condición. Un solo átomo contienen todos los elementos de la tierra. Un solo movimiento del espíritu contienen todas las leyes de la vida. En una sola gota de agua se encuentra el secreto del inmenso océano. Una sola manifestación de ti contienen todas las manifestaciones de la vida"

KAHIL GIBRÁN

10/20/2013

Confesiones de una Pintora de Vacas


Como tipo humano, Picasso no tiene secreto para los españoles.Hijo de vasco y mallorquina, nacido en Málaga,es un ejemplar de celtíbero neto, reformador e insubordinado,autoritario y anarquizante, idéntico a tantos otros compatriotas.Ricardo Gullón


"La vaca holandesa"


Mi historia con las vacas ha sido incierta porque aunque son vacas muy mías
aquellas que pinto, con la carnosidad que me parece perfecta, con sus
cachitos incipientes y su mirada lánguida, mansa y sedienta de verde que el
humano común no alcanza a entender, no son estas criaturas del todo mi
propiedad, sin importar acaso que lleven, sobre el lienzo justo al lado de las patas,
estampada una firma con mi nombre.

Todo empezó hace algunos años cuando vi los primeros grabados de la
tauromaquia de Picasso. Supongo. Esta es la primera reminiscencia seria que
tengo de mis gordas cachonas, sin que con inmediata posterioridad se haya
manifestado algún síntoma que me permitiera discernir la naturaleza de la
situación en la que yo era el objeto de un juego darwiniano, y mi arte, la artimaña
para que eso que no es mío pero realizo con devoción, se manifestara en plenitud,
a su amaño y acomodo.

Aunque no es este mi caso, es cierto que la historia de la gran mayoría de
humanos con la vacas comienza más temprano, en la escuela elemental. En esta
primera época de la vida se da por sentado que el único papel de la vaca es
entregar a los hombres con alegría y devoción su carne, la leche y sus derivados,
sin que nadie se atreva a contradecir la afirmación presentada por la autoridad
académica o, por lo menos, a tener una idea diferente de la intimidad de este
rumiante amigo. Sin importar siquiera si a la vaca le afecta el hecho de morir o
no para participar en el trance educativo.

Imagino que el encuentro que me marcó definitivamente fue, como he
mencionado, cuando por motivo de un cumpleaños me regalaron un precioso
libro con muchos bovinos en lances taurinos realizados por Pablo, por siempre el
gran maestro español. Los efectos de este encuentro de años atrás, sólo hasta
hace unos pocos meses han empezado a manifestarse de manera consciente,
haciéndome en algunos casos objeto de burlas entre mis amigos pintores.
Verdad es que no me ha importado ni me importará mucho el qué dirán. Mi
carácter formado por gente que del campo evolucionó a la ciudad de manera
rápida y dramática, gente que logó conservar sus sin agüeros para decir lo que
piensan y lo que sienten, sin tapujos para llamar a las cosas por su nombre, me ha
hecho en la vida práctica y en mis relaciones en general un tanto rebelde y
contestataria.

Para ser fiel con los sucesos debo decir que con esta suerte de cavilaciones
rondando mi cabeza y otras naturales de la vida creativa, con conciencia
dialéctica, un día del año pasado me dirigí al taller de mi maestro, lugar donde se
realizan estudios serios sobre todas las cosas de la vida humana y social. Afectos,
certezas, amores y odios se ven en los talleres de los grandes artistas. También
sobre toros se discute en estos territorios con frecuencia. En mi caso, fue el lugar
donde empezó lo de las vacas.

A estas alturas del tercio me había descubierto yo misma con sorpresa y algo de
vacilación, un poco obsesionada por la ternura de las pestañas de los toros que
había visto en lo de Picasso y me sentía con ganas de expresar lo mío. Decidí
realizar mi propio toro, picassiano, pero a mi manera. Fueron horas de ardua
labor preparando la tela y los materiales que requería la obra. Nos
encontrábamos implementando una nueva estrategia de impresión sobre
diversos materiales, así que digamos otra vez que fueron horas de preparación y
no exagero.

En fin, se llegó el momento de inspiración, porque la técnica en particular es
como ejecutar un concierto. Todo está listo hasta cierto punto. Los
instrumentos, los músicos, el público, la partitura pronta para ser leída y
ejecutada, pero un minuto antes de que todo empiece falta algo fundamental: la
música. Lo que es. A lo que en realidad vinimos, dirían el maestro y el
trompetista músico, si uno les preguntase.

Así me encontraba, lista y dispuesta para ejecutar la música celestial de mi toro,
acompañada de todos los otros pintores partícipes del taller que se encontraban
en las mismas: que aquél con el asunto de la mosca golosa; que aquélla otra con el
asunto de la pesadilla de la fruta; que el caso de la ciudad fantasmal iluminada
por la luz de la conciencia, que en todo caso vendría siendo de color morado
azulino. Que aquél otro con lo de la flor del sexo carnívoro y, este otro, con lo del
sexo de la mujer que se parece a una papayuela y es harto jugoso. Yo, como no, ni
mas faltaba, muy seria aplicada al estudio de la naturaleza triangulada del toro,
de su porte policromado de rojos, de sus ojos llenos de furia y compasión
expresada en pestañas, de su ¡ajá!, de su todo, de su nada. De hacer el toro
definitivo, el toro sexual, transido e intransigente, por supuesto, porque yo no iba
a ser la de menos en el taller y me iba a atormentar por menos que mis
atormentadísimos compañeros pintores.

Todos sufríamos las más extrañas metamorfosis de la emoción al interior de
nuestras pieles. Las expresábamos, las compartíamos, las copiábamos y
decidíamos a veces robar un trozo de inspiración del vecino que se le había
escapado por el aire, tan etéreo, y había caído justo en la esquina de nuestro
rectángulo de trabajo. ¡Ay!, la inspiración es un pájaro. En fin, a todos nos llegó y
cada cual hizo lo que le correspondía.

Transcurrieron al menos tres o cuatro horas antes de poder ver los resultados.
Los vimos, ¡y qué resultados! Lo mío no era ningún toro, ¡era una vaca! Una vaca
que además de vaca era virgen, eso opinaron todos, era una vaca niña e inocente.
Quise morir de vergüenza.

Sí, una vaca niña con intención de toro, pero vaca o vaquilla de􀀣nitivamente,
llamemos al pan, pan y al vino, al fin y al cabo vino.
Yo no lo quise aceptar en un principio, pero después me rendí ante la evidencia.
Era una vaca.

Así empezó todo lo mío con las vacas y ahora tengo vacas que van en bicicletas...
yo no sabía decir porqué, debo confesarlo, esta vaca nueva iba en bicicleta. Un
compañero fuertemente ilustrado en los asuntos de la naturaleza humana me
dijo, según su sabia experiencia: pobrecita, es invierno y el lechero tiene las
manos frías...Por supuesto, parece que es una vaca holandesa que huye de la
rigurosidad del ordeño.

No logro imaginarme cómo va a ser la vaca china que sueño con pintar algún día,
o la vaca tailandesa, o la vaca de la que se sospecha desciende el ganado europeo;
la vaca salvaje, Bovidaeprimigenius y que fuera domesticada por primera vez en el
sureste de Europa hace unos 8.500 años. No, no logro imaginarlo todavía y
tendré que esperar mi turno para poderlo ver. Esa vaca mía que es tan
inquietantemente ajena e indomable en su devenir. A veces, en mi intimidad,
me quejo de como salieron las cosas. Más me hubiese valido pintar toros; su
fuerza, su bravura, su destino heroico y despiadado. Pero a veces no me quejo,
simplemente comprendo que este es mi oficio, así salió, nada puedo hacer que no
sea seguir la línea de color de esos preciosos cachitos incipientes que me fascinan
y esas pestañas enormes y enroscadas que me atormentan con lánguida dulzura y
delicada desesperación verde, verde.

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